Saturday, April 16, 2005

Crímenes sin castigo

César Manuel Ibarra García, de 15 años, guardó los útiles dentro de la mochila y salió casi corriendo de la Secundaria 89 del fraccionamiento Murúa.
Lo seguían sus compañeros Osvaldo Luna García, de 15, y José Guadalupe Pérez Rojas, de 16, aunque a la salida esperaron a otros dos amigos que los acompañarían en su “travesura”, pero se “rajaron”.
Eran casi las 13:00 horas cuando juntos recorrieron a bordo de un taxi la ciudad para ir a la casa de César.
Los tres descendieron de la calafia, una especie de microbús rústico.
Empezaron a caminar rumbo a la popular colonia Nido de las Águilas que está enclavada al Este de Tijuana y es conocida por su alta pobreza y por estar pegada al último pedazo de la barda metálica que en esa parte de la frontera divide a México de los Estados Unidos.
Durante el trayecto César fumó un cigarrillo de mariguana.
Mientras el humo hacía efecto en el sinaloense, Osvaldo y José platicaban de lo emocionante que sería la "travesura".
Al terminar el cigarrillo, César fue a la tienda a comprar agua, abrió la botella, mojó sus labios, los limpió con el antebrazo y pidió a sus amigos esperar en la calle.
Entró entonces a la humilde vivienda que su hermano compró seis meses atrás.
Ahí estaba su cuñada, Anabel Villaverde Álvarez, “La Gorda”, como le decía despectivamente.
Doblaba la ropa que un día antes lavó, en tanto sus hijos Ulises, de 6, y Kenia, de 4, jugaban en el interior de la casa.
El joven, oriundo de Culiacán, prendió el estéreo y subió todo el volumen, caminó en dirección a su cuñada y le dijo:"Vine con unos amigos de la secundaria, van a entrar ahorita".
Anabel reclamó el porqué los invitó.
La respuesta enfureció a César, los ojos se le saltaron. Con toda precaución espero a que su cuñada siguiera doblando la ropa al tiempo que le daba la espalda.
Sacó de la bolsa derecha del pantalón un cuchillo y sin perder tiempo se lo clavó por la espalda en repetidas ocasiones.
Ella intentó defenderse pero todo fue inútil. Sus gritos se confundieron con las canciones sinaloense.
Ulises y Kenia lo vieron todo, se quedaron callados, sin embargo, el pequeño alcanzó a decir: ¿Porqué hace eso tío?.
Sin piedad César viró y le clavó tres veces el puñal. Por último de la misma forma arremetió contra la pequeña.
Sin embargo, Anabel seguía viva y en cuclillas trató de aferrarse a la vida, pero César decidió callarla para siempre.
Cuando por fin terminó, gritó a sus amigos que se metieran.
Al estar juntos, planearon lo que seguía: Esconder los cuerpos, limpiar la sangre regada en el cuarto y esperar a que llegara de la primaria Jair, hijo de su cuñada.
El cuerpo de “La Gorda” lo metieron en un tambo de metal que luego dejaron afuera de la casa, lo mismo hicieron con los dos pequeños, aunque el tambo lo escondieron en el cuarto del baño, el cual esta a unos cinco metros de la vivienda.
Después de limpiar la sangre con agua y pinol, los tres estudiantes esperaron a que llegara Jair.
El pequeño de 7 años entró por la puerta de rejas a la casa, descendió las escaleras y atravesó por último la puerta de madera. Una vez adentro del cuarto dejó la mochila en un mueble, entonces César lo tomó por la espalda y le aplicó una llave “china”.
Después se dio cuenta que sólo estaba desmayado, entonces quitó de un tenis una agujeta y se la amarró al cuello en dos ocasiones y así matarlo.
Como ya no quería batallar para esconder el cuerpo, lo aventó a un lado de la cama y con los pies lo ocultó entre la pared y el colchón.
Eran casi las 17:30 horas, y estaba a punto de llegar su hermano Miguel, un joven de 24 años que trabaja como chofer de la maquiladora APON de Tijuana.
Casi justo a las 18:00 horas entró a la humilde vivienda. Tras cruzar la puerta de madera observó a César junto con sus amigos.
Lo saludó. Después le preguntó por su Anabel.
César le contestó que estaba acostada en la cama, que lloraba porque al parecer había muerto su abuelita en Culiacán, Sinaloa.
Miguel corrió a buscarla para darle consuelo.
Al mover la tela que servía de cortina para dividir la sala comedor con la recámara, recibó un par de puñaladas por la espalda.
Trató de defenderse de su hermano pero éste no cesó la agresión, entonces Miguel dijo: Qué te pasa.
Se me metió el demonio, contestó César y continuó atacándolo.
Miguel alcanzó a tomar el televisor y se lo aventó a como pudo, logrando lesionarlo en el brazo.
Al notar que César era atacado, sus amigos entran a ayudarlo y golpean al hermano en la cabeza con un martillo y una cruceta de auto.
Miguel se aferra y logra salir a la calle donde pide ayuda, mientras que los tres jovencitos huyen brincado unas rejas por la parte posterior de la casa.
Cuando la gente los veía caminar agitados por la calle notaron que tenían el uniforme manchado, incluso a la altura de los abarrotes La Frontera los escucharon a vitorear: “Nos querían matar”.